domingo, 16 de septiembre de 2012

Seis pequeñas cartas para seis pequeñas personas

Al paparulo que insiste en llamar al teléfono de línea y no corta hasta que le salta la operadora, le pido por favor que reprima sus deseos de comunicarse con mi persona, pues me hace pensar que algo grave está pasando, y no me gusta sentirme culpable por ignorar sus llamados.

A la kioskera, cuyo nombre posiblemente oscile entre Mildred y Yoselin, que cada vez que le compro cuadernos en los días soleados, hace comentarios acerca de cómo "se viene un temporal...!", le pido cordialmente que deje de ser yeta y evite señalar la inminencia de los tan poco favorables cambios de tiempo. Ó simplemente que deje de ser una anciana podrida y mala onda.

Al buen hombre que, en el ómnibus, no puede controlar su hiperactividad y se mueve en el asiento junto al cual me encuentro de pie, haciéndome creer que va a liberarlo, llenándome de falsas esperanzas, le doy la posibilidad de elegir, una de dos: ó se queda quieto ó lo rajo por las malas de la zona donde plácidamente posa sus cuartos traseros.

Esta es cortita: al canalla que le corta los bigotes al gato, lo voy a buscar, encontrar y patearle la cabeza hasta dejarlo sin pelo. En realidad no, porque soy muy cagona, pero deseo que le deparen las más violentas calamidades y tragedias existentes.

Al amor de mi vida, que me ignora descaradamente cada vez que enciendo velas e inciensos alrededor del monitor para ritualizar mis fallidos intentos de interactuar virtualmente con él. Si no veo cambios positivos en esta lamentable situación, me veré obligada a llamar a Pettinati para que me de una mano. Y vamos a quedar bien pegados, los dos.

Por último, a la trancadera mental que tengo encima, que me laggea con incógnitas del tipo "estás demasiado cansada como para sentarte en la computadora, pero no lo suficiente como para acostarte a dormir. ¿Qué hacer?". Fuera de mi cuerpo, desgraciada, por favor.




1 comentario:

  1. Me ofrezco para buscar al canalla y sostenerlo contra el piso, mientras lo rociamos con orín felino, así queda marcado por unos días con tal hermoso hedor y de por vida en su orgullo

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