miércoles, 26 de enero de 2011

Wat

Cabe destacar que hoy día, no tengo en mi poder las cartas en letra imprenta y verde que una vez dejaste en mi buzón cuando no me dejaban salir.
Ya no me carcome esa necesidad (o bien aprendí a controlar esa necesidad) de tocar la puerta cada vez que paso por ahí.
Ya no compro las mismas golosinas que solías comprar (las cuales dudo que sigas consumiendo, quién sabe si se consiguen de esas en el recóndito lugar fuera del globo terráqueo donde estés dejando que las horas en silencio te engullan la vida).
Ya no uso las mismas palabras que en su momento solías usar, dejándome influenciar por todo eso que te disgustaba.
Ya no me creo merecedora del suplicio chino al llegar a las citas con 5 minutos de retraso.
Ya no escucho la música que solías escuchar, y es más, me maquino constantemente para afirmar que era todo una gran terrajada.
Ya no pido que mejor me cocinen un pancho cada vez que se cena papas al horno.
Ya dejé de sentir el fin del mundo aproximarse cada vez que me pinto los labios, y no sólo cada vez que me pinto los labios, sino cada vez que me pinto los labios de rojo.
Ya no me inunda ese falso interés por la búsqueda de la estética que incite a la gente a empalar a uno en la plaza para quemarle.
Cabe realmente destacar estas y otras tantas actitudes a pesar de las cuales, sigo sin poder vender de una puta vez los derechos de mis pensamientos a alguna compañía under que me permita mover en el mundo exterior como una tipa independiente.

Dites-moi s'il vous plaît comment je suis venu à tomber si bas.

domingo, 16 de enero de 2011

Mequetrefe.



Chistes burdos, bromas chabacanas, pastelazos en la cara, humor básico ante todo, y otras formas de alcanzar el éxito en los medios.



sábado, 15 de enero de 2011

Se me retuercen los ánimos.

Me resisto a los cambios, me resisto a todo lo que no esté relacionado con el pasado, a todo lo que no me permita estar en contacto con el mismo, incluso hoy, cuando ni siquiera tiene sentido seguir intentado reanimar al muerto. Palmó, get over it. 
Pero, a pesar de todo, te juro que no quiero saber cómo es el futuro. Y sospecho que tampoco quiero indagar en el presente.




Pequeña dama de la noche, tenga en cuenta que no me es una honra si no un insulto, que escribamos tan parecido. ¡Qué vergüenza!

martes, 11 de enero de 2011

Hipólito y muy poco sentido.

Repudiado por casi todos, desde el extrovertido mamboretá hasta la arisca comadreja, desde el poco carismático ratoncillo de campo hasta el galanazo del búho, exceptuando las hormigas que nunca alzan la cabeza porque el cielo poco les interesa, el erizo Hipólito (sí, estos bichos suelen tener nombres horripilantes, pobres santitos) cantaba y recitaba poesías día y noche para no más que evadir la realidad y olvidarse de preocupaciones tales como su supuestamente repelente aspecto (idea plantada en su cabeza por la lagartija, que por su parte se pasaba las tardes espiando a sus vecinos para luego echarles los defectos analizados en la cara como el bicharrejo carente de autocrítica que era), o bien lo efímera y banal que era su existencia, pensamientos que si no eran apaciguados por música y arte, invadirían todo su ser hasta convencerlo de arrojarse desde el más alto de los robles para deshacerse en trece o catorce pedazos por todo el suelo.
Cantaba Hipólito de piernas cruzadas sobre una roca:

Deja a mí morocha plantar esta margarita
para que te florezca mañana un gran jardín
que sea el espejo de tu lindura
Deja a la vista ese bonito pescuezo
para que pueda decorarlo yo con estas perlas
y enmarcar así..
.
Antes de terminar cualquier poema, o más bien payada, las criaturas que pasaban por ahí irrumpían en risotadas y, según él, si bien esto no lo desanimaba, perjudicaba muchísimo su concentración. De todas formas, los hacía marcharse valiéndose de improperios de poca monta, y volvía a inspirarse.
Aparecióse sobre el bosque un día la gran nube negra Quiñones. Siempre que surcaba el cielo encapotado era para no más que anunciar terribles lluvias torrenciales.
-Cállese de una vez Hipólito, que debe llover. Que sea el diluvio por lo menos el único momento en el que mis oídos no se irriten por su barullo de cuarta.
Hipólito levantó la naricita por encima de su cabeza, tomó aire, y abrió la boca:

A callarme usted esponja de los cielos no va a venir
Si ni ha todavía podido el oso, el lobo ni aquel otro ruin
Déjese de tanta palabrería burda negrita mía
Que aquí no se le permite a nadie más que a Dios sembrar agonía

-¡Le ha salido una rima!- Observó Quiñones, algo sorprendida.
Hipólito sonrió, satisfecho con semejante cumplido. Cuando se dispuso a recitar otro poemita, la negra  iluminó los cielos haciendo saltar alguna que otra chispa, y agregó:
-Aún así, nadie le ha pedido canción alguna. Vaya a esconderse, que usted es tan inútil que es capaz de ahogarse en cualquier charco.
Hipólito, terco y testarudo, ignoró las órdenes de Quiñones, y repuso mientras se recostaba y estiraba las patitas sobre su roca:
-Adelante con la lluvia, negrita querida, no hay nada en este mundo capaz de hacerme más feliz, que terminar mi vida haciendo lo que he venido haciendo hasta el momento para evitar vivirla como la moral dice que se debe. ¿O es que realmente cree que preferiría estirar la pata desde mi cama con mil y un hijos y nietos orando por un viejo moribundo que nunca jamás hizo lo que se le cantaba la consciencia? Déjese de jorobar hágame el favor, que si usted no tiene voluntad propia no es mi problema.
-¡Pedazo de un vago!- bramó Quiñones, colérica, y se volcó a sí misma empapando el bosque como un gigantesco balde de agua.
A Hipólito no le importó despedazarse el cráneo entre tanto goterío pesado. Bien dijo que morir premeditadamente, cantando y recitando malísimos poemas como venía haciéndolo, era lo único que esperaba de sí mismo. Una vida pequeña que no amerita ni ser plasmada en una buena escritura. Una vida chiquita y eso, y nada más que eso, acaso esperaba algo mejor?